Mestizo
Tratar de ir al Mestizo puede ser bien frustrante si lo decidiste por impulso/recomendación de último minuto, ya que requiere de una costumbre aún no muy arraigada en nuestra cultura, o sea, planificarse con tiempo. Y en este caso, las reservas tienen que ser con una semana de anticipación como promedio, de lo contrario, puedes aventurarte a una laaaaaaarga espera en la barra, lo cual no sería tan terrible dado lo agradable del lugar. De principio a fin, todo entra por los ojos y afortunadamente se confirma en el paladar. El lugar es espectacular: su acceso es por una escala de concreto por donde desciendes a un hall con frontis completo de vidrio con una iluminación magnífica de noche, de frente al parque Bicentenario. Una vez dentro, la altura del techo da una sensación de amplitud que se traduciría en frialdad si no fuese por los detalles de una original decoración que incluye madera y piedras gigantes, que combinan bastante bien con mesas de cubiertas de cuero y extensiones laterales para vino, ensaladeras o simplemente la cartera (bien pensado!). Esa sensación ambiente de amplitud se ve gratamente amplificada por música de fondo en su justo volumen (un Chill-out de Los Beatles me transportó bien lejos por un rato), aunque lo único que falla es la acústica que aumenta bastante los decibeles de los comensales, por lo que no lo eligiría si quisiera ir a un lugar romántico y tranquilo.
Otro punto alto es el servicio. Aquí hay una paradoja, ya que si bien como profesional en la materia, fallas en el servicio del vino me parecerían un crimen sin perdón, juro que lo sacrifico (casi) todo por una buena ACTITUD. El mesero que nos atendió, aunque no muy experto en el tema vinos, era un chico joven (Sergio alias "Pipo") con una cálida sonrisa y prontitud en la atención, ubicándonos rápidamente y proporcionándonos desde el comienzo toda la información relevante en forma oportuna y MUY amena, con una sensación de familiaridad sin caer en la patudez. Fue así como casi inmediatamente nos trajo la carta, y mientras decidíamos el menú, al momento de pedir nuestros platos ya teníamos nuestros pisco sour en vasitos de greda con toques justos de amargo y dulzor perfecto para mí, más pan de vino tinto con nueces, aceite de oliva y cebiche en lugar del típico pebre para untar. So far so good.
De entrada pedimos unas machas a la parmesana para compartir, las cuales estaban muy buenas (no recuerdo el $). Para platos de fondo, yo pedí un osobuco con risotto y mi partner una plateada con pure de vegetales. Ambos platos estuvieron muy bien; porciones justas, puntos de cocción precisos, todo acompañado de un servicio del vino que, aunque atento, necesita urgente una buena capacitación. La comida me gustó mucho, pero yo diría que lo más loable es la relación precio calidad. Los precios de los platos de fondo iban de los $5.000 y algo hasta los $8.000, pero lejos lo más sorprendente fue la carta de vinos que, aunque no muy variada, exhibe precios más que convenientes (vinos varietales desde los $7.500, algo nunca visto para restaurantes del sector). No puedo decirles cuánto salió todo ya que no vi la cuenta final (no me dejaron). En todo caso, yo diría que no dolió en absoluto el bosillo, por lo razonable de los precios y lo rico que estaba todo. Bien por ellos, bien por todos.