Ox: Excelente, pero...
Cuando se tienen pequeñas objeciones respecto de una experiencia culinaria de gran nivel, se tiende a pensar que se le otorga un valor desproporcionado a los detalles. Pero como, a estas alturas, los detalles marcan la diferencia en las comparaciones con diversos restaurantes de la alta cocina, se les toma en cuenta como elementos de importancia en el juicio final.
De partida hay que dejarlo claro: el Ox es un extraordinario restaurante. La comida es de primerísimo nivel, la atención es sumamente atenta y amable, y la ambientación – sin llegar al barroquismo de otros restaurantes de calidad – es pulcra y elegante. Desde antes de entrar (la persona que ayudaba con los estacionamientos nos saludó cordialmente), hasta la recepción de la anfitriona, hay una gran preocupación por otorgar un servicio distintivo. Éramos cinco comensales, pero para ser justos en el comentario sólo tomaré en cuenta la experiencia personal y la de mi pareja en esta crítica.
De aperitivo, un pisco sour de gran sabor, muy rico, y un Tom Collins muy equilibrado y refrescante. Además se tuvo la consideración de preguntar por el Gin de preferencia para su elaboración, lo que contribuye a alimentar la sensación de que existe una preocupación por el cliente. No obstante, uno de los detalles relativamente negativos es que ninguno de los aperitivos estaba contenido en la carta y el garzón tampoco informó de su precio. Detalle absolutamente menor, cierto; y de haber preguntado sin duda se hubiera informado, pero cuando cada aperitivo cuesta alrededor de $5.000 se tiende a pensar que hay cierto “aprovechamiento” en esta opacidad.
Como cortesía de la casa se ofrecían tres tipos de pan distinto, todos hechos en casa y recién salidos del horno, deliciosos. Pan amasado, pan italiano y pan integral eran parte de los ofrecimientos. Al mismo tiempo se colocaron sobre la mesa pocillos con mantequilla, pastas de queso fresco, nueces y merquén.
Compartimos tres entradas. Nos decidimos por un Mix de Mariscos que incluía Calamares en cubierta crocante, camarones cocidos en bambú, laminas sumamente tiernas de locos y camarones de gran calibre apanados; además, fenomenales entrañas servidas en plato caliente junto a un suave pebre criollo y, finalmente, Crab Cakes también crocantes. Acompañando las entradas habían salsas de pepino, rábano picante con ketchup y suave crema de limón de pica. Las entradas oscilaban entre los $7.000 y los $10.000.
De fondo, un Entrecot en término medio ($9.900) exquisito, y una Punta Paleta de Wagyu a punto ($15.900) realmente fantástica. Hay que notar que los acompañamientos se vendían aparte y no estaban incluidos con los corte de carne. Se decidió para el primer plato unas papas en gratín dauphinois ($3.500), de cortes extremadamente finos y muy sabrosa. Y para el Wagyu un Puré Mouselline muy tierno y cremoso ($3.500), ambas servidas en pequeñas sartenes de cobre. Al mismo tiempo, se entregaban cuatro tipos de sal para la sazón de los cortes entre las que destacaban la sal de tocino y la sal de merquén. Se acompañó la cena con vino Viña Matitec Corralillo Merlot-Malbec 2004 ($25.000) que fue decantado antes de su servicio.
Antes del postre se nos ofreció un algodón de azúcar bien rico. Compartimos un Muffin de chocolate con centro líquido acompañado con sorbete de frutos del bosque. Los postres están entre los $3.500 a $5.000.
En definitiva, la experiencia general es estupenda. Hay detalles menores como el que ya se ha mencionado, y otros como un café que llegó con mucha anticipación en relación a los postres (también ojo con los baños). Hubo además algunos cuestionamientos sobre la relación precio-calidad (la cuenta final fue de $180.000 propina incluida), pero es ciertamente un precio que a veces hay que pagar tomando en cuenta el resultado final.