Jornadas de buena vida...y ninguna vergüenza
Jornadas de buena vida…y ninguna vergüenza.
Para inaugurar mi participación este blog, quiero relatarles detalladamente los 15 días en que, gustosamente, con don R (mi novio), nos dedicamos a recorrer y a literalmente comernos algunos parajes no tan típicamente turísticos de la cuarta región. Obviamente no iré día por día describiendo todo y sacándoles pica, pero sí les contaré algunas cositas ricas que comimos y bebimos.
Itinerario: 1 día en Los Vilos, 2 días en Combarbalá, 2 días en La Gallardina, 4 días en La Fundina, 5 días en Puerto Oscuro y 3 días en Los Vilos.
Cabe recalcar que, aparte de ir a descansar, uno de nuestros objetivos principales para el viaje fue ir probando todo lo sólido y líquido de la zona que se nos fuera presentando ( aunque supongo que la mayoría de ustedes en las vacaciones se propone más o menos lo mismo) . Quien habla es de la Octava región y don R de la Primera, por lo que los productos de esa zona no nos eran tan familiares….aunque claro está, ahora sí…
Combarbalá. Sí existe.
Llegamos más secos que escupo de momia a Combarbalá, a las tres de la tarde y con un sol que quemaba como si nunca más fuera a salir. Llegamos a la residencial La Canelina, y salimos en busca de almuerzo. En todos los boliches ya se había acabado; sólo había extras como chuleta con arroz y andábamos buscando algo más…original. Deambulando por el pueblo al borde de la deshidratación, no sé cómo llegamos a la feria. Estaba cerrando ya, pero encontramos a un señor que vendía charqui de burro. Qué rico dijimos, y en efecto, estaba increíble. Bien grasoso y fuerte, pero sobre todo sabroso. Estábamos tan hambrientos que ni se nos ocurrió pensar que sed+charqui= mucha más sed. Nos duró el pedacito como media feria, y luego nos encontramos con un señor que vendía caballa ahumada. Qué rico, dijimos, y compramos, pero esta vez fuimos más vivos y fuimos, antes de probar bocado, a la schopería más cercana. Un vez allí, y con el schop en la mano, nos atrevimos a comer la caballa. Caballo!! Jaja, en realidad muy consistente y densa…y saladita. Es curioso comer caballa ahumada en Combarbalá.
La Gallardina.
Esto es La Gallardina: http://www.parquelagallardina.cl/
Antes de llegar a La Gallardina pasamos por Montepatria a llenarle la guata al cooler, nuestro más fiel compañero de viaje. Compramos choclos dulces de la zona, tomate, sandía y encontramos en una carnicería bien mosquienta unas maravillosas chuletas de cordero y otras igual de maravillosas de cabrito, muy baratas. En rigor no eran chuletas, sino que unos cortes raros cortados al modo de chuleta (¿espaldilla?) Compramos bastante, así que comimos asadito dos días seguidos, en un sitio para camping muy apacible y al lado del río Grande ( en el Valle del Rio Grande) . Nos tomamos dos tintolios comprados en Stgo, muy buenos, pero nada nuevo para los lectores de este blog. Aquí un par de fotos . Las naves espaciales que salen son los choclos envueltos en alusa, con sal, pimienta y aceite de oliva…mmm. El perro era muy simpático, pero así y todo le corté la cabeza con la copa…Riedel…
Durante el segundo día, cuando estábamos almorzando estábamos chatos de tanto comer y tomar, y nos quedaba mucha carne, pero llegó un vecino de camping que andaba con un familión, y habían hecho unas MEGA empanadas fritas rellenas, al parecer, con sobras de asados, porque preguntamos qué tenían, y nos dijeron, aunque no recuerdo todo, que tenían cordero, chancho, pollo, etc. Luego de comernos una cada uno (con harto ajicito) y el “asadito” quedamos sin hambre como por 24 horas. Y no es talla.
Nos habríamos quedado más tiempo en La Gallardina. El lugar invita a quedarse, y en él puedes realmente descansar. Pero nos esperaban en La Fundina, así que partimos.
En el camino, eso sí, andábamos desesperados (literalmente) por encontrar vinos de la zona, pero nos encontrábamos con pura uva de mesa de exportación, y ninguna viña ni viñita ni nada! Y no queríamos comprar un Gato en una botillería. Por suerte encontramos los vinos Don Amable, en Tulahuén. Son producto de una cooperativa que se llama “Secretos del Valle de Tulahuén”. Llegamos y era una bodega chiquitita, con un solo viejo que etiquetaba a mano él mismo todas las botellas. Se nos hizo agua la boca y las neuronas viendo tal cantidad de botellas, todas de medio litro, unas con vino blanco Pedro Jiménez y otras con vino dulce de Uva País (que se ha exportado a Austria). No podíamos creer nuestra suerte, así que compramos varias botellas ($1.500 c/u) para nosotros y para nuestras respectivas madres. No sé por qué a las mamás les gusta tanto el vino dulce. Bueno, el asunto es que igual yo quedé media desilusionada porque aunque me gusta el vino dulce y el blanquito, quería algo un poco más bruto, así que le pregunté al caballero, con mi sonrisa más coqueta -¿¿oiga, y no tiene un tintito?? - ¡Y al principio dijo que no! Pero acto seguido (parece que nos vio muy entusiasmados) dijo como mirando al suelo, como si aquello fuera el secreto más grande del universo -sí, tengo, pero es pa los socios-. Y no sé qué cara pusimos, pero no le dijimos nada y nos dijo -ya, les vendo uno- . Así que corrió una cortina que al parecer sí escondía todos los secretos del universo y sacó una botella de tres cuartos, simplecita, trasparente, sin etiqueta ni marca alguna. La botella misteriosa. A $1.500.
Nos fuimos en el Cogollo Azul (un Corsa al que le encantaban los caminos de tierra, pero don R recientemente lo cambió por uno más pituco) por los caminos polvorientos e higuerosos camino al otro valle: el Valle del Río Hurtado, donde queda La Fundina.
La Fundida. Fundando la ponchera.
Llegamos y nuestros amigos nos mostraron su huerto lleno de cosas ricas: higos, choclos de los de verdad, esos feos y grandes con gusanitos, duraznos perfumadísimos y tunas de miedo, además de un corral con dos cabritos que lamentablemente no han tenido una larga vida. Nos recibieron con un chupe de longaniza. Es una cosa con papas, cebolla, longaniza, ají, y crema totalmente grotesca pero a la vez sublime. No sé qué hace ese plato en la cuarta región y en verano, pero la verdad es que lo disfruté enormemente, al igual que don R, a quien casi se le saltaron las lágrimas porque el plato en cuestión se lo daban de cabro chico.
En las mañanas nos daban tunas, queso de cabra de cordillera ( las cabras se las llevan a la mala pal otro lado de la cordillera, y vuelven gorditas) y amarillísimos huevitos de campo, cuyo progenitor era el simpático gallo que nos iba a cantar todos los días a las 5 de la mañana justo en la ventana.
Un día hicimos (en realidad nos hicieron) un asado de cabrito, y lo comimos a punto, casi sangrante. A mí me gusta la carne de vacuno así, incluso bien sangrante. Pero siempre creí que al cabrito había que cocerlo muy bien.¡¡¡ MITO!!! Es el mejor cabrito que he comido. Blando, sabroso, casi lechoso, acompañado con un pebre con tomates de esos deformes, que casi se revientan porque son tan carnosos y jugosos que la piel no les da. Memorable. Y nos tomamos un Cabernet Sauvignon Indómita Varietal, que habíamos comprado a 3 por 4.500 en el Líder de Ovalle, que para el precio anduvo bastante bien.
Dejamos La Fundina con la sensación de que felices viviríamos allí para siempre. Ah, y dejamos La Fundina con un quesote de cabra, casi medio cabrito, tomates, tunas, y un vino cuya historia cuento acá: Sucede que para variar andábamos en busca del bendito brebaje, así que salimos a recorrer el valle en dirección hacia la cordillera. Pero se nos atravesó un cartel “Se vende miel”, y como le hacemos a todo, paramos. La señora Juanita que vendía miel era como la Señora Juanita de los discursos, pero microempresaria. Tenía un par de panales y la miel ni siquiera estaba envasada, porque la habían sacado el día anterior. Así que mientras esperábamos, nos convidó humitas con chicha!! ( ambas cosas hechas por ella) Ojalá la atención al cliente fuera así en todas partes. Así que conversamos un montón y le preguntamos por vino, y nos contó que “pallá-parría” había un viejito que se llama Don Valerio que hace desde siempre. Nos regaló arrope de miel ( que después le poníamos a unos pomelos que compramos, porque con tanto queso…) y partimos.
Su casa estaba en un almacén o viceversa. Era gracioso, porque su yerno se había ganado el Kino, así que afuera de la casa, que era obviamente humilde, había unos medios 4x4. Y preguntamos. Y nos miró harto, porque me tinca que pensó que éramos del SAG o algo así ( por ley creo que no se puede hacer vino sin autorización), pero al final nos hizo pasar. -¿y cuánto van a querer?- Unas dos botellitas- le dijimos. Y se fue y nos dejó sentados con los gatos y perros y al rato volvió con dos botellas desechables de Bilz de 2 litros cada una, llenas hasta el tope. Nos cobró luca por botella. Y nos dijo con una cara bien de cómplice, subiendo harto las cejas y hablando bajito –con esto sale barato- (¿curarse?). Luego descubriríamos que justamente eso quiso decir.
El vino don Valerio merece casi un post aparte. Pero es así: por lo frutal, por el color y estructura, y porque descubrimos que era mejor tomarlo heladito, parece un Pinot Noir. Pero con 5 grados más, por lo menos! Era bien bien fuerte, pero helándolo ( aunque sólo disponíamos de cooler y hielo) el alcohol se ponía más amable...o pasaba más piola. Nos duró hartos días el Don Valerio. Nos encariñamos, hasta nos tomábamos una copita de aperitivo como a las 12 todos los días como para entrar en calor. Don R me decía – no quiere una copita de don Valerio?- y aunque yo intentaba decir que no, porque era muy temprano, no podía. Le venía a todo. Era bruto y fino a la vez. Juguetón y engañador. Casi hablaba. Cuando se acabó nos dio tanta pena… Ahora me acuerdo y me da nostalgia. Snif. In don Valerio we trust.
El asunto es que desde la Fundina nos fuimos a Puerto Oscuro ( www.puertooscuro.cl) De hecho allí fue donde principalmente disfrutamos el mentado Don Valerio.
Puerto Oscuro. En el lado oscuro del causeo…
Andábamos con el auto cargado de cosas ricas. Como mencioné, tomates, choclos, tunas, queso, cabrito, vinos deTulahuén, Don Valerio y otro más finoli (un chardonnay) que pasamos a comprar a la Viña Tamaya. En la viña además compramos pomelos a $100 el kilo. Además, por si es que nos quedábamos cortos ( es camping estaba lejos de todo) , volvimos a pasar al Lider de Ovalle y compramos como dos vinitos más….porsiaca…uno nunca sabe.
Antes de llegar a Puerto Oscuro pasamos por el Valle del Limarí, y, obvio, no podíamos quedarnos sin probar unos camarones del Limarí. Bien carozzis son, pero valió la pena. Aquí hay una foto, que tuve que arreglar un poco porque por el viento tuvimos que cocinar adentro de la carpa y con vela. Los hice, para deleite de don R, quien se relamía los dedos, con aceite de oliva, harto ajo, azafrán y algo de cacho de cabra, con unos chorritos del Pedro Jiménez de Tulahuén que habíamos conseguido. Quedaron simplemente maravillosos. Aparte eran gigantes, y el vino quedó muy bien, aunque con tanto aliño se perdió un poco. Bueno el vino, pero nada especial. Eso sí, muy poco dulce, lo que nos agradó y sorprendió porque en esa zona generalmente los blancos no son así.
Está demás decir que volvimos a hacer asaditos, y que nos tomamos varios de los vinitos que llevábamos. Sin embargo debo detenerme en uno. ¿Recuerdan la botella misteriosa que era sólo pa los socios?. Un día nos acordamos de ella. Pero pensábamos que era ahí no más. Que quizá no estaba a la venta porque no estaba bueno, y que por eso no tenía etiqueta. ¡¡CRASO ERROR!!. La abrimos sin mucha fe, y creo que las bajas expectativas jugaron a su favor. Pero, incluso aunque hubiesen sido altísimas, el vino habría cumplido….porque es uno de los mejores vino que he probado en la vida. No tengo idea qué cepa era. Me tinca que cabernet sauvignon. Color morado oscuro y brillante. Aromas a hierbas (del valle) y un poco a tierra mojada, o a rocío y a higos…no sé muy bien cómo explicarlo, pero olía precisamente al Valle de Tulahuén. Le conté a un amigo que sabe mucho de vinos, y me dijo que ese es el terroir. Que así es como se debería expresar. Oler como el valle de procedencia, creo yo, no es algo que suceda muy a menudo. De hecho creo que los vinos comerciales al final tratan de agradar a un tipo de consumidor, que en general tiene gustos bien definidos ( vainilla, berries, cuero, etc) . Pero este vino se notaba que no estaba hecho para ningún consumidor. Salió así y punto. Se notaba que no estaba “pensado”. Cuerpo medio, pero estructurado, y con una textura como de leche. Suave, delicado, pero con sabores definidos medios pimentosos y con algo de moras y menta. Quedamos plop. Y felices.
Un día mi don R me dio un extraño cigarrillo, que probé y que me hizo concebir una de las recetas más misteriosas y raras que se pueden hacer en un camping: las antihumitas. Ya el nombre indica mi estado creativo inducido por el thc. Me puse a cocinar en un rapto de inspiración, mientras don R me miraba por encima de su novela, desde la hamaca y con poca confianza y me decía dos cosas: que tratara de hacer durar el gas de la cocinilla y que si estaba segura que podía cocinar “así”.
Fue lo siguiente: choclo picado ( de los pasteleros, y estaban re duros) primero pre-cocido y luego mezclado con mucha cebolla acaramelada con arrope de miel, ajo, cacho de cabra, luego un toque de vino tinto y algo de crema, y sal. Eso lo puse en un cuadrado de alusa con un trocito de queso de cabra adentro, y luego lo envolví como un paquetito y luego el paquetito envuelto en hojas de choclo, formando no una humita….una antihumita!!!. Y eso lo herví como 25 minutos más, para que se derritiera el queso que estaba adentro. Don R no lo podía creer, y yo tampoco. Hasta hoy me mira a veces con cara de cordero degollado y me pregunta cuándo las volveré a hacer. Era como comida latinoamericana fusión pero en versión camping. Igual me gustaron mucho. Aquí van las fotos. Las comimos con el Chardonnay Tabalí Reserva en LA copa que nos quedaba, porque la otra se quebró. Moraleja: un día cocinen volados; es rico.
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Nos fuimos de Puerto Oscuro a los Vilos.
Allí, sólo dos menciones:
El plato peruanoso que hice con una reineta fresquísima e inmensa que conseguimos, con ceviche y tiradito de rocoto. Aquí está la foto
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Y, por último, y antes de volver a Stgo, para el día de los enamorados fuimos al My Playa en Los Vilos. El pisco sour bien ahí no más, era como arreglado de botella, pero la empanada de ostiones que nos comimos estaba espectacular. Grande, con masa delgadita y cero aceitosa, con queso rico y adentro con muchos mega ostiones, 6 creo que eran.
Ah! Y no crean que sólo comimos; leímos y descansamos mucho, pero también hicimos harto ejercicio como nadar o caminar, o si no te explico con la guata que habríamos llegado! Igual llegamos más repuestitos, pero lo normal para una vacaciones de buena vida…y sin ninguna vergüenza.
Salud!