Historias de 18
Este post es para contar cosas buenas y malas que nos hayan pasado con la comida y el trago para un 18 de Septiembre (uuffff, cantidades y cantidades) Así, nuestro contertulio Luis Solis, que se puede conseguir entradas pa la Yein Fonda, tenga de donde agarrarse para pasar alguna, ¿no es malo no?
Empiezo con una cortita, un par quizás.
Como yo soy del norte, tener cabritos en la casa es casi como tener un perro. Lo llevan, lo alimentan, y un día sin saber por que desaparece.
Yo tenía un cabrito que se llamaba Chuco. Era un desgraciado. Bravo, pesado, pero animoso. Peleaba con el perro, se paseaba por el tremendo patio que tenía, lleno de arboles frutales y cerca de un 18 de septiembre, desapareció.
Con pena por saber su destino, nos fuimos al interior de Ovalle, Tulahuén cerca de la cordillera, donde mi Papá y su micro tenían refugio asegurado para las fiestas, en la quinta de recreo El Parrón.
La señora Hortensia nos estaba esperando con empanadas calduas a todos, mientras los huasos doblados a las 7 de la tarde, se afirmaban del metro cuadrado de pilsener cristal en botella verde (la pedían así démela en botella verde, la café no me gusta, es más fuerte y era LA MISMA WEA!!!)
Antes de que la orquesta empezara a tocar Daniela y cuanta cumbia estaba de moda, llego el cabrito que se había estado asando el día entero, mitad parrilla, cuarto al horno, cuarto al jugo.
Mis favoritas siempre fueron las costillas, por que por ser chico nunca me llegaba lomito, los grandes le daban el bajo al tiro.
Me acuerdo de lo rico que estaba todo, de la mesa grande con vino en garrafa, de combinados sin hielo y de fanshop leve pa los más chicos. Del sabor persistente del cabrito, medio tostado, jugoso, grasoso.
Al final todos con una sonrisa en la sobremesa y en espera de la orquesta, que ya estaba subiendo al escenario, levantaron las copas y se felicitaron mutuamente por lo bien que habían criado al cabrito y agradecieron a mi viejo por haberlo tenido en la casa tanto tiempo.
Con mi cara medio desfigurada, mezcla de culpa y satisfacción patachera, miro al escenario, justo cuando la orquesta se pone a tocar, y todos se ponen a bailar.
Saludos!
Pancho®