Gracias a La Prensa
Desde Copiapó a Totoral , atravesando el desierto. Dos horas y media en camioneta, por pega. Embetunada en bloqueador.
Fui a visitar una escuela rural que tiene un profesor, tres alumnas y un perro.
En Totoral hay un solo teléfono y está malo.
Conversé toda la mañana con el profesor, don Aubín (Que era como si el profesor Rossa hubiese sido de verdad), y en ese rato aprendí más de educación que durante toda mi pasada por la pedagogía en
Venía con la lágrima que se me salía, feliz, con ese sentimiento tan lindo de que por fin todo cuadraba. Estaba en eso, cuando veo un letrerito chico, bien chico, escrito con carbón en un cartón, que decía “se vende aceite de oliva”.
Cómo iba a ser que estando ya allá, no iba a entrar a averiguar.
Y esto sí que fue una sorpresa:
Me recibe Cristina, una señora con ojos azules, preciosa, con un acento extraño, mezcla de totoraleño con argentino.
$4000 el litro, me dice. Ya, un litro déme. Me hizo pasar, porque tenía que embotellarlo. Entro y me encuentro con una casa de adobe muy antigua, afuera con ropa al viento, cactus y plantitas y con el Charli, el perro más simpático de todo el norte (rescatado del desierto).
Entro a la casa y me dice que hace ahí mismo el aceite, en el living-comedor-cocina. Y me dice, con esto lo hago. Me cuenta que es una “prensa de libro” antigua, que se consiguió en Vallenar, en una imprenta.
Luego, le cambió ella misma un par de piezas y con eso prensa las aceitunas. Ahí mismo. Con una bandeja con un hoyito abajo, aprieta la prensa y el jugo cae en un balde. Luego lo pone en jarros de vidrio, espera a que el aceite suba y luego lo cuela en otro jarro, con una panty.
Y listo.
El aceite que compré tenía 2 días de hecho.
Empecé a preguntarle más cosas y empezó ella a contarme que seca las aceitunas primero. No tiene campo, así que después de las cosechas pide permiso para entrar a los predios para sacar las aceitunas que sobraron. Después, las seca al sol y las guarda, porque así puede tener aceite para todo el año. Nunca había escuchado eso de secar primero las aceitunas para luego hacer el aceite. Me mostró los tambores donde las tenía guardadas. Eran negras, como unas pasas gigantes. Me regaló un puñado y me dijo que me comiera una cada día, porque curaban todas las enfermedades. Con una seriedad infinita, me dijo que a ella la habían sanado, pero no me dijo de qué. Después, las aceitunas secas, las lava con varias aguas, las vuelve a secar y las pasa por moledoras de carne de esas con manivela. Después, las mete en sacos harineros y las prensa. Y listo.
Me mostró lo que queda, una masa negra y aceitosa.
Me contó que al principio, para aprovecharlo, se lo daba a las gallinas, pero que se le pusieron tan gordas que dejaron de poner huevos. Luego se puso a pensar, me dijo, porque encontraba que no podía botar eso, que para algo tenía que servir. Hizo unos montoncitos, entonces, y las secó al sol hasta que quedaron duros y los quemó y descubrió que el poder calorífico era descomunal.
La señora Cristina se baña con agua caliente gracias a los montoncitos de aceitunas secas.
Qué ingenio. Y aprendió sola. Me dijo que todo lo descubrió sola. Que hizo un curso hace poco pero que no le sirvió nada. Que no le gustaba usar aceitunas frescas. Que secas eran mejor, que el aceite salía mejor y así tenía para todo el año. Me contó que habían ido a buscar de su aceite para análisis (parece que de
Es el aceite más extraño que he probado. Es espeso, picante, bruto, casi astringente. Tiene sabor a cuando uno masca una aceituna del árbol, sin preparar. No es dulce ni frutoso ni amigable. No busca ni ser rico ni agradar al consumidor. Es no más.
Me hizo probarlo con una tortilla hecha también con aceite de oliva.
Volví mirando el desierto y pensando tantas cosas. Sobre el aprendizaje y el descubrimiento. Sobre cómo en la ciudad nos ponemos flojos de cabeza y damos todo por hecho. Sobre ir al súper y comprar un aceite de oliva amarillito, con linda etiqueta y premios, abrir la botellita y no pensar más. Sobre el trabajo en las manos de la señora Cristina, sobre su ingenio. Todos los errores, el esfuerzo de años y el sol en una botella de litro. La botella reciclada, la prensa de imprenta reciclada, las aceitunas recicladas.
Hay otro modo de vivir, y es lindo encontrárselo por casualidad.
Saludos,
Isidora.