El Pipeño
Con algunos hijos ilustres de La Buena Vida fuimos a parar hoy al Pipeño, con el fin de capear el calor que arreciaba en la canícula y nutrir nuestros infinitos apetitos.
Habiendo juntado sed y hambre a conciencia, nos instalamos a bajar un clery o borgoña o ponche o como le quieran poner, que era de pipeño con durazno. Heladito y dulce, bien festejoso.
Para picar pedimos una pichanga. Cuando nos preguntaron si queríamos de medio kilo o de kilo entero supe que iba a estar difícil la cosa. Llegó dividida en dos fuentes como esta:
Después de divagar acerca de sandeces varias y terminar de hacernos el ánimo, pedimos nuestros platitos. Dos costillares, humitas, pastel de choclo, arrollado, y pernil. Cada plato viene con doña papa cocida y ensalada (puede ser de tomate solo o chilena).
Suspirábamos antes de probar.
El arrollado, calientito, mojadito, con el cuero blando como debe ser.
El pernil, siempre intimidante y generoso.
Costillar y al fondo humitas. El costillar sabroso y las humas eran dos y grandes. Estaban como recién hechas, medias dulzonas.
Callamos por un rato (sacramento de nuestra fe). Luego vinieron los salús y los discursos.
Salimos con la guata salida y el corazón contento. Salió 7000 por persona con propina incluida.
El Pipeño,