COMIENDO EN LAS ESQUINAS DEL IMPERIO INCA

Tal como todo cabro de 18 que partió en la época barata del Perú y que con 100 lucas estábamos un mes viajando, nos embarcamos con mi compadre Corvalán al norte de Chile, pero en la mitad de ese viaje, cerca de Iquique, nos “vendieron” lo fantástico que era el viaje al Perú y por supuesto al Cuzco. Si no era con ese ímpetu aventurero de la edad y la poca importancia de las comodidades para el viaje, cruzamos rápidamente la frontera, con la idea (y la obligación que nos imponían las pocas lucas) de comer en muchas de las esquinas del Perú. Era plena época del cólera en Sudamérica pero nos “blindamos la guata” y empezamos a saborear: salchipapas, tamales, ceviches con camote y las sabrosísimas hamburguesas caseras de 1 Sol  con agregado de tomate, lechuga, mayo casera y múltiples ajíes…exquisitas y con la “enfermedad” dando vueltas pero que nunca llegó. Para coronar la muestra culinaria, nos metimos al camino del Inca sin ni siquiera una cocinilla… pero siempre está algún chileno, que nos miró con pena y nos prestó su cocinilla para preparar unos fideos pelaos aderezado con 2 sobres de sopa para uno…parecía una aberración culinaria (a la vista lo era) pero cuando la Ciudadela está a medio día de camino, su sabor era comida para los dioses.

Luego de la maravilla del sitio, nos tocó otra maravilla culinaria, unos choclos gigantes blancos recién cocidos con un queso fresco que se chorreaba por los dedos, dejándonos listos para tomar el mágico tren de vuelta por el Urubamba, donde las luciérnagas no dejaban de brillar, coronando unos increíbles días de deleites gastronómicos de la “calle” peruana.

Quince años después, ya en viaje de negocios me volví a sentar en la “calle” peruana, en los famosos Punto Azul, un maravilloso local de esquina de azulejos impecables y platos abundantes que con suerte se pueden terminar.

Con cariño puedo decir que la comida Pé la lleva, y salud por eso.