Ópera Restaurante, una pequeña desilusión
Es casi inevitable generarse expectativas respecto de un restaurante que ha sido constantemente alabado por su calidad, y que ha recibido numerosos comentarios positivos tanto por la prensa especializada como por aficionados a la alta gastronomía. No obstante, este ejercicio resulta riesgoso para quienes esperan los más altos estándares de servicio ya que se llega con una idea preconcebida respecto de lo que dicho restaurante es y puede ofrecer.
Algo de esto sucedió con nuestra primera visita al Ópera (Merced 395) lo que – quiérase o no – es factor influyente en la siguiente crítica culinaria.
Desde nuestro punto de vista, la percepción individual de una cena trasciende el aspecto meramente culinario de la misma. La atención está puesta ciertamente en la calidad de los platos, pero también – y de manera crecientemente importante – en factores exógenos a la cocina y que tienen que ver con la estética del local, la atención, la presentación, la amabilidad de los anfitriones, y un largo etcétera, cuestiones que restan o suman puntos según sea el caso y que pueden llegar a ser, incluso, igualmente importantes que la calidad culinaria.
De entrada el recibimiento no fue exactamente el esperado ya que la anfitriona, en un exceso de confianza y seguridad, supuso que íbamos al Catedral, cuestión que hubo que corregir. Si bien esto puede ser considerado un detalle espurio, para nosotros (personas relativamente jóvenes) resulta más bien un agravio ya que se asume que la juventud no puede disfrutar de la cocina de “mantel largo”. En el mismo sentido, tampoco hubo ofrecimientos de la anfitriona en recibir los abrigos ni el paraguas. Aún cuando esto es una falta absolutamente menor, llama la atención que en la entrada (la primera impresión) se dejen de lado este tipo de detalles, sobretodo considerando la imagen que cultiva el Ópera.
No hubo agua ni ningún refresco previo (asunto que nos es indiferente). El mozo de manera extraordinariamente atenta nos ofreció aperitivos. Pedimos un pisco sour ($3.500) buenísimo; y una capiroska ($4.200) también muy buena. Paralelamente, se nos ofreció un appetizer como cortesía del chef consistente en un puré de zanahoria con menta junto a un trocito de atún sellado. Delicioso. Además pan de orégano y de centeno con el típico potecito de mantequilla.
De entrada pedimos unos Tortelloni a la Trufa in Brodo en caldo de Setas ($4.200), el caldo muy desabrido y falto de sazón, y los Tortelloni faltos de cocción en las puntas y con un relleno más bien insípido; y un Corbeille Marinière: Canasta de Jamón Serrano con ostiones, tomates baby y peras caramelizadas acompañadas de camarones en salsa agridulce sobre cama de rúcula y espinacas ($7.200), muy interesante y sabroso.
De fondo una Lasagna de Centolla al estragón en bisque cremoso ($9.200), también algo desabrida; y una Escalopa de Ternera rellena de queso mozzarella con fetuccini a la caprese ($8.800), bien rica. Esto fue acompañado con una copa de Cabernet Sauvignon J. Bouchon 2004 ($3.500) y un jugo de Naranja-Chirimoya ($2.500).
El postre fue compartido y consistió en Crepes Suzette ($3.600) preparado en la mesa, con ralladura de naranja flambeado en licor de naranja. Fue un tanto pobre constatar que las crepes consistieran solamente en las masas (sin relleno alguno); y que se retiraran del fuego antes de que terminara el flambeado (lo que contribuyó a la sensación de alcohol en el postre). No tomamos bajativos ni café.
En definitiva, la sensación final es encontrada. Cabe destacar la atención de primerísima calidad: el mozo sumamente atento, amable y pendiente. En los platos es probable que hayamos tenido mala suerte y que lo que escogimos haya sido lo más débil de la carta. Sin embargo, las expectativas no fueron cumplidas en tanto no obtuvimos del Ópera una experiencia culinaria de primer nivel.