El Samoiedo de Viña del Mar no ha sabido envejecer
El sábado 6 de diciembre viajé con un amigo a Viña del Mar al concierto de Rick Wakeman. Como llegamos con anticipación y teníamos hambre, lo invité al que yo recordaba como el lugar más tradicional de la ciudad: el Samoiedo. Por lo menos, yo tenía el recuerdo de un local con una elegancia clásica, parecido a las buenas confiterías de Buenos Aires y donde se tomaba buen té, se comía bien y los mozos eran rápidos y amables. Encontramos mesa al fondo, cerca de los baños. El tiempo obviamente había empezado a deteriorar el mobiliario y los garzones parece que llevaban los mismos uniformes de hace un par de décadas, porque se veían demasiado gastados, casi brillantes y con manchas rebeldes. El menú estaba ajado y pegajoso y lo hojeamos temerosos. Mi amigo pidió un té con torta milhojas y yo una cerveza con un sándwich de pechuga fileteada, que juraría que estaba escrita filetiada. A los minutos aparecieron los líquidos, pero de los sólidos nunca más se supo. El mozo desapareció, se lo tragó una puerta. A los 15 minutos, extrañado me levanté y empecé a vagar por el restaurante buscándolo, hasta que milagrosamente apareció y sólo atinó a decirme que el maestro sanguchero estaba colapsado. ¿¿Y el pastelero? le pregunté, ¿también está colapsado? No, me contestó. Entonces, llévele a mi amigo su torta. A los cinco minutos apareció con un trozo que parecía que lo habían cortado a mano, pero, en fin, como mi amigo tenía hambre se lo comió. A los 30 minutos volví a la carga por mi pechuga fileteada. Esta vez, el cajero muy relajado y sonriendo me confesó que el descalabro del fin de semana largo había sido culpa del dueño, que no había reforzado el personal de cocina. ¡Plop! Le pedí la cuenta de inmediato. Me cobró hasta la cerveza que no me tomé y esbozó una disculpa que se diluyó en el aire. En Chile, desgraciadamente hay restaurantes que envejecen y otros se deterioran con los años. Envejecer es digno, pero cuando empieza el deterioro hay que ponerse en manos del médico. El Samoiedo de Viña del Mar necesita con urgencia que lo internen en la UTI. Mi amigo, que nunca había oído hablar del Samoiedo, me preguntó a la salida, con una mezcla de prudencia e inocencia, si ése era el mejor restaurante de Viña. Yo, mientras masticaba un sándwich de miga que me compré en una panadería al paso, y caminábamos hacia la Quinta Vergara, me disculpé por mi apresuramiento y le prometí que en el futuro, antes de entrar a un lugar que había tenido prestigio en el pasado, iba a investigar si los años lo habían enriquecido en experiencia o lo habían colmado de achaques y lo tenían al borde del infarto. Menos mal que antes del concierto la Radio Cooperativa nos ofreció a los invitados un buen coctel.