Los Angeles, USA

Si les toca viaje por esta ciudad, acá les envío mis experiencias gastronómicas:

- 101 Coffee Shop: la primera vez que entré a este clásico de LA tuve un deja vu fenomenal; rápidamente caí en la cuenta que podría ser cualquiera de las típicas cafeterías gringas que aparecen en películas de Tarantino, tipo Pulp Fiction, esa decoración sesentera, los pub de cuero, en fin. PERO por favor que no les vendan la pomada; venden el cuento de este boliche como lugar de junta asiduas de estrellas tipo Eva Longoria, John Stamos, Andy García, quienes efectivamente son habitues de acá. Pero aparte de eso y la BUENÍSIMA música que suena ahí dentro, la comida es lo peor que he probado en AÑOS. Son las típicas chatarras de hamburguesas chorreando aceite con esa lámina de queso naranja derritiéndose encima; un día tuve la mala idea de pedirla y me arrepentí las siguientes 24 horas que ni les cuento. Ni los desayunos se salvan; un día por querer irme a la segura, pedí sólo ensalada de frutas... cuyas tajadas venían cortadas con el mismo cuchillo que parece estaban usando para picar cebolla... que por qué me sometí a ese suplicio tres veces seguidas? me estaba alojando en el Hotel que cobija a este boliche, estaba cansada y a pata. Para otra vez mejor me muero de hambre o recurro a una vending machine. NO VAYAN A COMER AHÍ PLEASE, y si van a turistear, vayan comidos de antes.

- Patina: Top del downtown, cocina internacional (mariscos, beef, etc) y buenísima carta de vinos. Tiene una vista que ni les cuento, cerca del famoso Walt Disney Concert Hall (una de las pocas joyas de arquitectura que valen la pena en esta ciudad), que recuerda harto al inolvidable Guggenheim de Bilbao con esas estructuras metálicas curvas de acero. El lugar es bien top, buen servicio, buenas preparaciones, tb harto famosillo pero hay que ir sin restricción de presupuesto.

Lo último no es una recomendación específica de lugar, sino un rescate del concepto overdelivery o recibir más de lo que esperamos por un precio/lugar dado. Me estoy alojando en un simple hotel de aeropuerto en espera de mi siguiente vuelo (bueno, en realidad no tan simple, es el Renaissance de LAX), por lo que bajé a cenar algo liviano, un sea bass más una copa del vino que es mi placer culpable cuando estoy en USA, un White Zinfandel de Beringer, vino simple, rosado, dulzón, pero que en verano, heladísimo, es irresistible para mí. En fin, primera grata impresión es lo completa, variada y bien elegida que es la carta de vinos: vinos de California, Chile, Nueva Zelanda, Italia, Francia, Argentina, de todos los precios y colores, por botella y por copa, incluyendo sparklings y champagnes. Segunda grata sorpresa, como no tenía mucha hambre (no me da hambre cuando tengo que comer sola), con la mitad del pescado (en su punto y muy sabroso) y dos tercios de la copa quedé lista, por lo que cuando el mozo (un chico latino super gentil y con una exquisita sonrisa, como muchos de los que atienden en restaurantes acá, siempre atento a mi mesa y preguntándome si todo estaba bien, aparte de otro mozo siempre preocupado de llenar los vasos con agua que están ahí desde que uno se sienta) me ofreció postre, no quise y le pedí que me trajera la cuenta. Pues bien, al regresar volvió con una frutilla GIGANTE bañada hasta la mitad por una cubierta crocante a su vez bañada en chocolate y granizada con almendras como cortesía de parte del chef, justo del tamaño del espacio que quedaba en mi estómago, mandándome feliz de vuelta a mi habitación a contarles de este cariñito inesperado tan bienvenido cuando uno está lejos de casa.

Esta gente sí que conoce su negocio.