Por si no pudo ir
Por si no pudo ir.
Una vez más, el domingo recién pasado en “gira de estudios”- esta vez aquí mismito en Santiago- en la Quinta Normal. El interés y las ganas no fueron solo nuestros, cruzando la reja que da a Matucana la fila se veía interminable.
Armados de toda la paciencia, nos aprestamos a esperar… la gente toda tranquila sin complicaciones, ordenaditos y sin pasarse de listos (curioso y digno de aplauso). ¿Qué hacía tanta gente junta, un domingo cerquita de las dos de la tarde?
Había que esperar… la primera meta era llegar a una de tres cajas que estaban atendiendo, porque en la cuarta se habían acabado los talonarios. Comprar ticket a luca y luego pasar las vallas y el chequeo con detector. Todo hecho sin mayores aspavientos y casi con simpatía. Una rutina.
Como todo actividad donde hay posibilidad de hacer un negocito, esta no fue la excepción, eso sí bien piola el “merchandaising”.
Fiestas patrias del Perú.
Atraídos por la ya casi “mitológica” cocina Peruana, llegamos a disfrutar de este agradable parque. Todos los del grupo, comentamos haber ido en la infancia de visita a los museos. Buen lugar este, para acoger un enjambre de gente.
Los puestos se perdían en el punto de fuga, atendidos por 3 a 5 personas, hambierntos por ambos costados. Se llegaron a ver sobrepasados por la cantidad de público. Había otra larga corrida de puestos un poco más dentro del parque, incluso algunas mesitas. Pero al llegar a esas alturas, ya era difícil llegar adelante y hacer pedido. Los aromas, ya bastante conocidos para nuestra narices nos guíaban.
Lo primero que se nos puso por adelante, fueron unos picarones. No queríamos partir por el postre. Mientras salían recién fritas, era posible ver la calma y paciencia con que las mujeres una y otra vez sacaban masa, hacían un pelotoncito y la iban estirando hasta lograr la forma deseada, y al aceite hirviendo! Una, otra vez, mil veces más.
Empezamos con una patasca humeante. Legamos con hambre y un poco de frío así que el caldo hirviendo fue un muy buen inicio -dado el clima invernal- carne, guatitas, maíz y papa hicieron nuestra delicia. Estaba “calduita”, más que bien por las dos lucas que costaba, reponedor.
Inquietos algunos, partieron en busca de otras preparaciones a sabiendas que encontrarían varias, dado la gran fuente de insumos propios que los vecinos tienen disponibles en el mercado local, muchos venidos desde valles y oasis del norte. No vivir en el país de uno, puede llegar a convertirse en un gran problema al querer mantener aromas y sabores y saberes de las cocinas de uno.
Condimentos y aderezos desfilaron ante nuestro paladar a través de preparaciones en que se entrelazan y mezclan diversas influencias que acumularon a lo largo de su historia.
Combinaciones que recogen lo prehispánico, el aporte a sus cocinas de: españoles, chinos, italianos, africanos, árabes y japoneses. Esa combinación, macerada a lo largo de años, dan como resultado una rica y variada cocina. De la que se sienten orgullosos, cuidando y respetando su diversidad agrícola y cultural. Vitriniemos.
“Juanes” rellenos de arroz y pollo (tipo paquetitos de niño envuelto) con huevo duro, aceitunas , cebolla, bastante ajo y otros condimentos.
Tamales peruanos, con maíz molido, trozos de pollo, ají, ajo, cebolla, huevos duros y algún otro ingrediente que no recuerdo en este rato. Hoja, de plátano.
Cebiche (aunque salió borroso), para dejar constancia que no todos lo preparan en cortes del tamaño a que nos van acostumbrando los restaurantes Peruanos de nuestra capital. En Chile nuestras costumbres iban por pescado muy molido o raspado con cuchara y cebolla blanca en cubitos muy finos. Ellos cebolla a pluma y que se note harto, de la morada.
Pollada, pollo abobado y marinado a la parrilla con tuti cuanti, harto ajo, comino, ají de uno, ají del otro, sillao (soya), pimienta, sal y no sé que más.
Papas rellenas, estas con ají de gallina; otras con pollo salteado con cebollín y sillao. Acá lo habitual con pino de carne o queso.
A esas alturas mi boca estaba no solo inundada de sabores y condimentos, tampoco sentía frío! Pero necesitaba urgente líquido para pasar el picor (pura falta de hábito). Decidí un aro, me venía bien un postre, algo dulce para romper la secuencia de tanto condimento.
Leche volteada, que voceaban a ratos como leche asada; el parentesco es innegable.
Pero quería probar otra cosa, y entre mazamorra morada, arroz con leche, suspiro limeño, o un trozo de torta. Terminé saboreando un arroz zambito, con pasas y canela, bien endulzado con chancaca. Que rico que estaba!
De ahí en adelante ya se puso más difícil llegar a los platos, todos pacientes esperábamos ser atendidos, mientras seguía el empeño por dejar inmortalizadas las ofertas de cada puesto.
Pollada, patasca, chicharrones, y no me acuerdo pero con frejoles y al fondo “salsita de ají”
Papas huancaina
Anticuchos de corazón, bien adobados.
Chicharrón, con cebolla y maíz de ese de grano enorme, cocido, aliñado y nada más.
Buscamos líquido, había harta incacola, un puestito con un “saguer” con harto hielo, kiosko con cerveza y nos paramos un rato a mirar a la gente. Show en un escenario, que veíamos en mayor detalle gracias a pantalla gigante. Varias parejas bailaban entre el gentío.
Decidimos que ya estaba bueno, felices de haber ido apatotados ya que así se multiplicaron las posibilidades de probar harta variedad. Nos fuimos impresionados con tanta gente y seguían llegando; afuera cola más larga que a la hora de nuestra llegada. La fiesta daba para largo, no sé si los puestos tendrían insumos como para atender a los que llegaban.
Y usando la infaltable propaganda que a una le dan, me cuelgo de la frase. Agregando que el cariño se hace extensivo a todo lo que implique aprender y conocer de países y culturas a través de sus cocinas. Así que me declaro en “proceso de educación continua”.