Una persona de ciudad

F24 Mar 2018
C0

Ha cambiado mucho la televisión y los programas que mostraban Chile y su gente en los últimos años. En los 80’s y 90’s estábamos acostumbrados a programas como “Al Sur del Mundo” o “Tierra adentro”, que nos mostraban un Chile lacónico, pobre, y sufrido, centrado siempre en el vaso medio vacío, que decían rescatar la identidad y patrimonio de Chile, pero siempre con un tono triste, con voces en off que podían hacer dormir a cualquiera. Algo pasó en el camino, Chile y su gente cambiaron, desde hace un tiempo que tenemos una nueva generación de programas que buscan que sintamos orgullo cuando nos miramos a nosotros mismos en la pantalla, nuestras ciudades, personas, comidas, y cultura. En esta línea están estos nuevos programas con los cuales dan ganas de salir a recorrer Chile, especialmente el Sur: llegar hasta Puerto Williams, pescar con mosca en ríos llenos de truchas salvajes, hacer trekking en las Torres del Paine, comer cordero magallánico al palo o una centolla entera.

Para ser sincero, siempre me he reconocido como un hombre de ciudad, una persona que le gusta el cemento, tener todo controlado, rápido, sin sobresaltos … si un sicólogo leyera esto, diría que no es que me gusta el cemento, sino que es ansiedad pura y llana, que no me gusta improvisar, todo rápido. El problema, es que estos nuevos programas de la tele lo único que han hecho es que quiera desafiar mi gusto por el cemento, o la ansiedad controladora, como quieran mirarlo, y partir al Sur.

Tomar un avión, arrendar camioneta y subir a toda la familia arriba, ponerse a recorrer. Ahora, qué hacer cuando esté lloviendo y mi cabeza me diga que con lluvia uno no sale a mojarse –en realidad la que habla en mi cabeza en ese momento es mi señora madre, y yo tengo 10 años- o que perdimos un transbordador para llegar a otro punto de nuestro recorrido y que el próximo no sale hasta el otro día, o que simple y llanamente hace mucho frío. Tengo dos caminos: hacerme caso y tomármelo con calma, lo cual nunca es una mala opción, esperar que acabe de llover o lo que sea que haya pasado, o el plan B: me debo imaginar los recuerdos que le voy a dejar a mis hijos en sus cabezas, caminar bajo la lluvia y mojarnos como si nada mas importara, sentir la inmensidad de la Patagonia en el aire y la piel, perdernos en las calles de un pueblito sin mapas, wifi, o aplicaciones y pedirle a un desconocido que nos ayude a encontrar un buen restaurant donde comer, que mi hijo saque su primera trucha arcoíris conmigo a su lado, quedarnos toda una tarde mirando el paisaje por la ventana, la chimenea prendida y una conversación animada, en definitiva ser felices. Les cuento cuando vuelva como me fue.

Nota: este artículo fue originalmente publicado en la Revista Varietal.